Es innegable que la obsesión más remarcable del ser humano es llegar al triunfo. En cualquiera de sus manifestaciones, bajo cualquier ideología o creencias. Al abrigo de cualquier movimiento social, toda persona busca, de algún modo, triunfar.
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Imaginemos que en una gran empresa se habilitan dos cabinas de charlas. En una de ellas diserta un exitoso hombre de negocios que ha creado una única empresa, consiguiendo volverse millonario con la iniciativa. Desde el principio acertó con la estrategia, el mercado, el perfil de cliente y no ha sufrido ningún desfallecimiento en su imparable ascenso. En la otra cabina asiste un empresario que ha puesto en marcha 10 empresas, 9 de ellas acabaron fracasando a pesar de mostrar síntomas de poder aguantar los latigazos del mercado y echaron el cierre. La última sigue en marcha, con evidencias de posibles beneficios.
La empresa organizadora invita a sus 100 empleados a escoger voluntariamente la mejor cabina donde escuchar la charla, según el criterio de cada individuo. Los resultados de este experimento señalarían que 99 de los 100 participantes escogen la charla del hombre exitoso. A simple vista parecería lo más lógico, el ser humano por naturaleza siempre busca el camino más corto al éxito, como en cualquier otro ámbito de la vida. Por lo tanto alguien que ha puesto en marcha un negocio, con el consiguiente éxito sin parangón, pareciera la mejor referencia para aprender a triunfar. ¿Es esto real? No.
No estamos proponiendo prescindir de la aportación de un triunfador a la primera, porque eso es insensato. Se trata de medir la calidad de la información y su mayor provecho para alguien con intención de poner en marcha una iniciativa. Como ya dijimos, el ser humano por naturaleza tiende siempre a buscar el camino más corto al éxito. Así ha sido siempre, y todo está relacionado con las características del éxito que se busca, lo cual, a su vez, está relacionado con el tamaño de la ambición de cada individuo. En realidad medir el éxito es imposible, muchos lo miden por la unidad de los pequeños logros, otros por el conjunto de los pequeños logros, otros por el conjunto de los conjuntos de los pequeños logros. Teniendo en cuenta que por naturaleza siempre se busca la manera más corta para recorrer la distancia de un punto a otro, o el precio más bajo del mejor producto, cabe reconocer que entre las dos alternativas siempre llamará más la atención la charla del hombre de éxito. Sin embargo, si pretendemos aprender las mejores estrategias para triunfar, quizá sea más recomendable acudir a la charla del emprendedor que ha probado el sabor del fracaso tantas veces.
Utilizar como referencia la experiencia de alguien que sólo ha ideado una actividad y ha conseguido triunfar es menos gratificante. Porque su escaso bagaje impide saber si sus planteamientos han sido acertados o si su éxito se debe sólo a un accidente del mercado que le ha favorecido. Dicho de otro modo, no se puede aprender nada sustancial de su experiencia; un camino hacia el éxito sin contratiempos es completamente engañoso e imposible de imitar. No ofrece parámetros para medir la resistencia de la iniciativa a los momentos de crisis, no aporta datos para determinar qué habría pasado si las cosas empezasen a torcerse, qué camino habría seguido. Es natural que anide la admiración en torno a este tipo de iniciativas, porque el triunfo es deslumbrante, genera incondicionales, alienta a la inmediata imitación. Sin embargo, ese éxito deslumbrante es inimitable.
Todo cambia cuando se toma como referencia proyectos que no han fructificado, o que sólo han cosechado éxitos puntuales. Porque la estela de ese tipo de emprendimientos ofrece varías vías de aprendizaje. Estudiar paso a paso los procedimientos, analizar los motivos del fracaso, ayudarán a mejorar las estrategias de acción. Se puede aprender cómo sobrevivir a los momentos críticos, qué sentimientos afloran con el fracaso, cuáles son las consecuencias de no conseguir los resultados esperados. En definitiva, escuchar la charla de un empresario que ha estado en mil batallas, ayudará a entender los posibles contratiempos, asimilar los sentimientos, encontrar el mejor camino para avanzar evitando las rutas peligrosas que le llevaron a cometer errores.
Robertti Gamarra es empresario y escritor. Editor del blog Interés Productivo. Es especialista en crear iniciativas de innovación en el ámbito del emprendimiento empresarial. Actualmente Director General de Cuenta Límite.
Robertti, quizás sea el 1% de los que irían a la sesión del experto en fracasos. Las mayorías no siempre tienen que tener la razón!!! pero me preocupa que las mayorías no se den cuenta de dónde se puede aprender. Porque una empresa tiene que estar siempre creciendo y aprendiendo, y ¿cómo lo hacen si sólo escuchan el éxito?
Mi supuesta realidad dice que las empresas (no todas) se están equivocando, han despedido a las personas que llevaban muchos años trabajando, con mucha experiencia y sin poder aprender. Se creen que así son más competitivos porque han bajado el nivel salarial a cambio del Talento y la nueva generación está desmotivada porque no se ve valorada por la empresa y su apego a la empresa es mínimo.
El resultado es el que tenemos, pero no cambiamos, queremos mejores resultados haciendo lo mismo.
Saludos
Completamente de acuerdo lo que ocurre es que el segundo supone mucho esfuerzo y ya no «educamos» en esa cultura….
Lo que está provocando esta crisis es un cambio de conceptos, porque los responsables de hacer una buena selección de personal, están más preocupados por sus propios puestos de trabajo que en hacer una selección según calidad, conocimiento o experiencia. Por otro lado, la necesidad nos empuja a correr tras el éxito, y así nos encontramos muchas veces tiritando bajo la sombra de algún triunfador accidental que nunca nos aportará nada.