Es innegable que se han multiplicado las voces favorables a la internacionalización de las empresas españolas. Hemos oído y leído mucho sobre el tema, pero nadie parece dispuesto a desgranar la verdad. No de si es real o no, o si conviene o no, sino la dificultad para estructurar los pormenores del aterrizaje en un país diferente y las posibilidades reales de poner en marcha la actividad, así como los requerimientos de ese nuevo mercado. Para entender lo que conlleva abrir una iniciativa en el extranjero, no en su aspecto administrativo sino en su implantación, se debe empezar por el ámbito cultural.
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Empecemos por saber por qué plantear este movimiento. La crisis se ha llevado por delante la capacidad de maniobra de los pequeños empresarios y, por qué no decirlo, también el espíritu emprendedor. Ahora los apoyos financieros apenas existen y la posibilidad de capitalizarse a través de los bancos es casi nula, lo cual nos lleva a plantear un cambio estratégico de localización.
Hace no mucho tiempo los analistas decían: no desesperes. La crisis debe ser simplemente una oportunidad, míralo de esa manera, convierte esta situación en tu aliado y piensa. Sobre todo, piensa, reflexiona sobre lo que está pasando en Europa. Esta recomendación es válida ahora; pero con matices. Sobre todo, porque muchos de aquellos asesores hoy, después de haber analizado la situación, tras haber invertido tiempo en darle vuelta a la crisis y sus derivados, lanzan la segunda advertencia: aléjate de la crisis.
¿Cómo? Si todo lo tengo aquí, si la inversión de años de sacrificio está ahora hipotecado en un banco. ¿Dónde voy a ir yo ahora? Lo cierto es que si se llega a estas preguntas se está a punto de conseguir las respuestas. En los últimos tiempos hemos visto a un sin fin de empresas descentralizarse, llevando sus puntos de producción en el extranjero. Y alguien que está buscando sobrevivir a la crisis y su producto ha salido del mercado donde se estaba comercializando, porque el poder adquisitivo del consumidor ha menguado y ahora anteponen otros valores, puede tomar la decisión de marcharse. Haber perdido mercado no debe ser el fin de la propuesta, ni mucho menos.
“Dicen que en el extranjero está el negocio”, me dijo alguien hace poco. Pero no dejaba de hacerse una pregunta: ¿y la crisis? Si ésta es una crisis global, ¿por qué fuera va ser mejor que aquí? La respuesta es simple. Existen otros lugares, como Latinoamérica, donde la sociedad no está estructurada sobre la base de reservas. La forma más natural es vivir día a día, incluso la comida se adquiere cada día, nadie piensa en acumular alimentos en los congeladores, ni realiza compras para todo el mes. ¿Qué significa eso? Al no haber depósito de capital en los bancos, la crisis financiera afecta menos y la presión sobre el consumo es mínima. Por lo tanto el ritmo de compra es constante.
Otra de las ventajas de algunos de esos países es la ausencia de un mercado industrializado para cubrir la demanda de productos ya desarrollados en Europa. Al fin y al cabo gran parte de esa masa social ha vivido alguna vez en Europa. Sin embargo, empujados por la crisis han retornado a sus países de origen, y se niegan a renunciar a la cultura de consumo adquirida en el extranjero. Por lo tanto existe gran posibilidad de introducir productos de perfil europeo, incluso se abre la perspectiva de generar demanda entorno a ciertos productos, los más demandados pero nuevos para ese mercado. Si se logra crear la oferta oportuna y se distribuye en el lugar adecuado, hay negocio. Sí hay negocio en el extranjero.
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Robertti Gamarra es empresario y escritor. Editor del blog Interés Productivo. Es especialista en crear iniciativas de innovación en el ámbito del emprendimiento empresarial. Actualmente Director General de Cuenta Límite.
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