He leído en estos días que, debido a la crisis, la única vía que va quedar para algunas personas, sobre los jóvenes que tendrán que asomarse al mercado de trabajo, será emprender y poner en marcha sus propios negocios. Esta circunstancia, por varias razones, tiene dificultades para materializarse, ya sea porque falta de formación de las personas, de experiencia o de estrategia de actuación.
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No obstante, a pesar de esas dificultades que se ve a simple vista, nunca hay que temer a la acción, a invertir en aquello que más nos gusta. Cuando hablamos de inversión la primera imagen que acude a la cabeza es el dinero. Recursos económicos. Pero no todo es cuestión monetaria. Si hasta este momento hemos venido hablando del potencial informativo atesorado por cada uno de nosotros, quizá no sea el dinero lo más importante a la hora de invertir, sino la capacidad de uno mismo, la aplicación de los recursos adquiridos durante años de trabajo.
¿Cómo lo haremos? En base a lo que hemos dicho en artículos anteriores, esta pregunta nos lleva a la primera clave sobre la que se construye una iniciativa: la tendencia del mercado. Debemos mirar hacia dónde se esta dirigiendo el mercado en la actualidad en términos de inserción laboral, y creo que puedo aportar un dato: las agrupaciones, la unión de recursos por un bien común. Es casi insostenible el emprendimiento individual, aunque no imposible. Si vamos a hacer caso a nuestra teoría, la sociedad demanda actualmente la unión entre personas innovadoras en busca de un producto común. Y esto es explicable incluso en el trabajo que se pueda realizar en torno a cualquier elemento que ya está funcionando en el mercado. Imaginemos que somos diseñadores de software y que decidimos crear un nuevo programa para mejorar el servicio de telefonía móvil, con la intención de ponerlo en el mercado esperanzado de venderlo a las grandes compañías de ese sector. Al final ¿qué habremos hecho? Poner nuestra capacidad al servicio de un producto ya existente, que a su vez está conformado por un sinfín de recursos creados individualmente en otro tiempo y lugar. Es decir, simplemente habremos pasado a formar parte de un grupo que comercializa un producto común, aunque con un dato diferencial importante: el beneficio real es sólo para una gran corporación. Lo que intento explicar es que la mejor estrategia para ponerse en marcha actualmente es agrupándose, agrupar aportaciones en busca de un producto competitivo capaz de evolucionar. Olvidarse, aunque fuera por un instante, de emprender la batalla en solitario.
Al fin y al cabo los valores tradicionales han muerto. La transformación económica nos hizo creer durante años que lo mejor era individualizar los conocimientos; aprender estrategias personalizadas, formar divisiones laborales donde cada pieza era estrictamente profesional de su división y nada más. Pero henos aquí que remar en solitario no conduce a ninguna parte. Es tan poderosa la corriente de la crisis que optar por un emprendimiento individual es prácticamente un suicidio. Ya no hay nada privado en esta sociedad en crisis, ya no se pueden personalizar ni las deudas, ni las propiedades heredadas de los antepasados están libres de cargas impositivas o hipotecarias. Es cierto que ellos actuaron con la mejor intención del mundo disponiendo sus patrimonios para sus herederos, pero lo que éstos han recogido, muchas veces no son más que compromisos adquiridos en otros tiempos a los que están obligados a hacer frente ahora.
Robertti Gamarra es empresario y escritor. Editor del blog Interés Productivo. Es especialista en crear iniciativas de innovación en el ámbito del emprendimiento empresarial. Actualmente Director General de Cuenta Límite.
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