Sin lugar a dudas, opinar sobre el problema ajeno es infinitamente más fácil que ser parte de la solución real. Por lo tanto, es importante, antes de proceder, saber en qué lado se está, ya que algo habrá que hacer en cualquiera de los casos.

La soledad en las dificultades

© Johan Larson – Fotolia.com

Hay una frase que he escuchado muchas veces y que resume perfectamente mi concepto respecto al cuerpo de un conflicto y dice: “por más lejos que huyas no solucionarás nada, porque cuando vuelvas a la realidad tus problemas seguirán allí”. Esto, en cambio abre unas condiciones diferentes en las personas, teniendo en cuenta que ese lazo inevitable crea una soledad personal sumamente angustiosa, donde nada ni nadie representa ningún consuelo y el único recurso válido es la capacidad de uno mismo para sacudirse la dificultad.

Parece natural que esto sea así. Los inconvenientes provienen de una acción personal, por más que a veces se promueva en grupo, las consecuencias se las adjudicará cada persona a su manera. Por ello, cualquiera que quiera o pueda dar su punto de vista, lo hará desde una perspectiva externa, alejado del sufrimiento personal generado al asumir el problema.

Esto se ve mucho mejor, y con bastante frecuencia en las iniciativas comerciales, donde muchos opinan y sugieren soluciones cuando el negocio va mal, pero una vez realizada sus apuestas se alejan de problema, vuelven a sus rutinas, y la angustia sigue con el empresario, quien es al fin y al cabo responsable de solventar la situación.

Por todo esto, conviene saber a quién pedir consejos para salir un problema. Dependiendo del perfil del consejero, las soluciones parecerán de una forma u otra. La distancia que tenga el asesor circunstancial de la fuente del problema determinará si una aparente solución puede ser beneficiosa o acabará siendo un lastre insalvable a la hora de acometer las correcciones pertinentes.

Desde luego es mucho más fácil opinar sobre el problema que enfrentarse a él. La distancia genera un engañoso optimismo respecto a la fuente del conflicto. Aparecen infinidad de posibles soluciones cuando analizamos el problema ajeno, pero esa capacidad para generar escapatorias se evapora cuando el que debe actuar es uno mismo, las perspectivas cambian, los recursos se vuelven invisibles, aunque los tengamos delante de las narices, por lo que las resoluciones son costosas y lentas.

Finalmente llega el momento de solucionarlo, porque de lo contrario acabará con la persona. Al menos esa es la sensación permanente. Una vez en este punto, son sumamente valiosos los conocimientos adquiridos en el curso del mismo problema, así como la serenidad para valorar sus posibles consecuencias.

A veces el hecho de percibir el problema como un evento radical, creer que acabará con la persona, es lo que dificulta ver la solución. Por lo tanto es recomendable no verlo como una acción definitiva, sino un evento más que sortear para salir adelante. Nunca un problema acabará con la persona; es verdad que arruinará su curriculum, empobrecerá sus logros, pero nunca acabará con ella. Así pues, cuando este momento llega, el momento del gran problema, no hay que dejarse llevar por la soledad, sino aprovecharse de ella para encontrar el mejor camino para solventarlo.

Robertti Gamarra

 

es empresario y escritor. Editor del blog Interés Productivo.  Es especialista en crear iniciativas de innovación en el ámbito del emprendimiento empresarial. Actualmente Director General de Cuenta Límite.

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