Desde que Daniel Goleman desarrolló el concepto de Inteligencia Emocional en la primera mitad de los años 90 del pasado siglo hasta hoy, ha llovido mucho.

¡Mediocridad!... ...a escena

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En ese tratado, el Sr. Goleman, nos confronta con el hecho de que hay muchas personas muy, muy inteligentes, incapaces de triunfar en el mundo laboral, no alcanzando el estatus que les correspondería por sus conocimientos y pericia, mientras que otros, con menos capacidades, llegan arriba con relativa facilidad. ¿Qué hace la diferencia entre unos y otros?. Según él, la Inteligencia Emocional.

Daniel Goleman nos habla de cómo es necesario el control y manejo de las emociones, para desarrollarse adecuadamente tanto en el mundo laboral, en el que transcurre gran parte de nuestro día, como en el personal. Pero no se deja en el tintero, otra serie de habilidades complementarias a la anterior, como son la autoconciencia, la motivación, la agilidad mental, la empatía, y la perseverancia, por nombrar algunas.

Hace unos días, en una conferencia de TED, una psicóloga hablaba de un estudio realizado en EE.UU., a un grupo de personas de éxito en su ámbito laboral. Igualito que a una ratita albina, les hizo una serie de pruebas, muy bien documentadas, para comprobar qué habilidades dominantes había en cada sujeto y poder así establecer un patrón, común a todos ellos y después decirnos: “para tener éxito en la vida laboral, tienes que tener esto, sino olvídate”. Encontró que, en todos los individuos, única y exclusivamente, había una característica común: “el coraje, o la determinación a la hora de luchar por lo que querían y creían, para salir adelante, podríamos decir, la perseverancia”. Ni pruebas de inteligencia, ni habilidades verbales, nada, solo “agallas”. Todos trabajaban duro y se reponían de los fracasos de la vida.

En muchas organizaciones, el mensaje de “lo que importa es la Inteligencia Emocional”, caló tan rápido como cala en la arena el agua. Muchas organizaciones acometieron una política de formación al respecto dando cursos a sus empleados. ¡Maná caído del cielo! Pero, como todo concepto relativamente abstracto, pronto fue desvirtuado y desfigurado, porque somos humanos y los conceptos no asimilados y aprehendidos con el tiempo, sobre los que no hemos vuelto una y otra vez hasta hacerlos nuestros, en los que no se profundiza lo suficiente, se pierden rápidamente y es así como la pobre perseverancia, la empatía, y el resto de las enseñanzas que el pobre profesor Goleman nos intentaba transmitir para llevar una vida plena, se quedaron en el vertedero de lo vacuo.

Y fue así como, en las organizaciones, se empezó a cultivar el músculo de la imagen, y a desechar a todo aquel que no sonreía lo suficiente y no decía a diario lo bien que te quedaba la corbata, dando paso a que el peloteo y el smooth motion se pasease por los pasillos como si fueran uno más, consiguiendo que personal sin conocimientos, ni capacidades, ocupase puestos para los que no estaban preparados, por el simple hecho de que no discutían con el de al lado, les navajeaban en silencio, aunque luego dicho personal no aportase nada, pero “no daba guerra, todo era smooth”. En mi opinión, y es solo mi opinión, es así como la Mediocridad se instaló en muchas empresas y se unió al orgullo y es así como muchas organizaciones, lentamente, agonizan por ello en muchas áreas. Más valía que se hubiese puesto de moda el Patchwork y el corte de pelo Pixie. O que se diesen clases de yoga, que ayudan a gestionar el estrés y las emociones, haciendo hincapié en la importancia de sonreír a la vida, pero sin entrar en materias más prosaicas como son los números trimestrales.

Conocí una vez a un responsable de área jovencito, cuya queja principal hacia las personas con las que interactuaba, era que no se dirigían a él con el suficiente “cariño”, llegando a despedir a algunas de ellas con excelentes resultados y desmontando equipos de trabajo, por ese motivo, simplemente, “no le caían bien”. Él no tenía resultados y, por ende, su departamento iba en picado, pero presumía de una alta inteligencia emocional y era valorado en las altas esferas porque siempre sonreía y no causaba problemas.

Javier Fernández Aguado, uno de los mayores expertos de gobierno de personas y organizaciones, en su libro, Roma, escuela para directivos, nos habla de la importancia de la gestión de emociones tan humanas como la envidia, la soberbia y el orgullo, por citar alguna, y de cómo es necesario conjugar dicha gestión, con el diestro manejo del conocimiento, el dinamismo, la empatía, la humildad y la perseverancia……

Un día una amiga me hizo una reflexión muy acertada: el que alguien en una empresa vaya a un curso, no significa que tenga luego que aplicar lo aprendido. Suponiendo que haya aprendido algo, claro.

Es curioso, porque cuando vamos a un curso de cocina, luego nos gusta practicar, igual que si vas a uno de pintura, pero ¿por qué no se practica en las organizaciones?.

Si desde diferentes disciplinas y en diferentes momentos, se nos conmina a lo mismo, a ser perseverantes, a aceptar al otro, a ser humildes: “la humildad no es una virtud de melindrosos ascetas, sino un hábito imprescindible para directivos que aspiren a ser líderes”, etc. y se nos asegura que con estas prácticas se consiguen increíbles resultados, ¿Por qué es tan difícil mejorar su aplicación en las organizaciones?.

 

María Gil CastañoMaría A. Gil es Ingeniero Técnico Naval, ha ejercitado su carrera profesional, en diferentes empresas del sector naval, con diferentes posiciones, lo que le ha permitido, progresivamente, alcanzar una experiencia y conocimiento del entorno nada desdeñable. En los últimos 5 años, ha centrado sus pasos y los de su equipo, en el desarrollo del mercado marino en el Sur de África y Rusia, trabajando como BMQC Manager para el grupo Barloworld.

 

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